Esta transición me recuerda una escena icónica de Forrest Gump. Cuando Forrest era niño, llevaba aparatos ortopédicos en las piernas que le impedían caminar con libertad. Un día, al ser perseguido por unos chicos que querían burlarse de él, Jenny le grita: “¡Corre, Forrest, corre!” Y él empieza a correr sin dudar. A medida que acelera, los hierros se rompen y caen al suelo, y él se da cuenta de que ya no los necesita para caminar, y aún menos para correr.
Con la meditación sucede algo parecido. Al principio, los apoyos son útiles: la disciplina de una rutina, la guía de un instructor, la estructura de un programa. Si perseveramos, llega un momento en que los soportes caen por sí solos. Ya no necesitamos una planificación estricta, porque la práctica se vuelve espontánea. Dejamos de aferrarnos a la necesidad de “hacer” porque descubrimos el poder del “dejar ser”.