Sobre el programa MBAR® para el apoyo a la recuperación de conductas adictivas, compulsivas y dependientes, cocreado por Valerie Mason John -Vimalasara y el doctor Paramabandhu Groves, Jon Kabat-Zin, fundador del célebre MBSR para la reducción de estrés basado en Mindfulness, expresa un anhelo: “que este programa MBAR® sea la puerta que necesitas abrir, y si es así, entonces entra, entra, entra y entrégate día a día, pensamiento tras pensamiento, momento a momento a esta profunda y fiable forma de cuidado y de curación”.
Tras mi paso por diferentes modalidades y formatos del programa MBAR, primero como participante y ahora como instructora certificada, puedo afirmar que esta no es solo una de esas puertas que se necesitan abrir hacia la recuperación de las conductas dependientes en cualquiera de sus manifestaciones. Me atrevo a decir y digo que el programa MBAR es una puerta amable hacia la libertad. Y es, sobre todo, un categórico y rotundo “sí” a la vida.
Es, si acaso, la puerta que amable y conscientemente abrimos hacia la serenidad y la calma que todos y todas, en mayor o menor medida anhelamos. Porque ¿saben? La persona con conductas adictivas en una persona que se afana en buscar su felicidad y su paz… solo que busca en el lugar equivocado.
Muchas personas, o al menos yo, tras durísimos golpes y experiencias traumáticas, anduve perdida. Muy perdida, anhelando encontrar -y he aquí la paradoja- la forma de encontrar alivio a mi desesperación. Atravesé las más oscuras noches del alma y adopté conductas que, lejos de acercarme a la serenidad, me sumían en una cada vez mayor y progresiva desesperanza. Los días transcurrían y yo, sencillamente, andaba sobreviviendo, con una actitud de mera y paupérrima indiferencia ante la vida.
Rememoro un halo de tristeza al recordar aquellos momentos. Creo que es lo que llaman “resentimiento”. Volver a sentir lo ya vivido. Lo ya sentido.
Hoy, sin embargo, no me dejo arrastrar por la emoción que convierte al dolor en sufrimiento. No me enfrasco en más diatribas ni en más conversaciones en la azotea. Como observadora imparcial ante sus recuerdos, me limito a dar fe de la existencia de aquella otra Raquel que deambulaba en días mucho menos luminosos y con una coraza en su corazón.
Miro a mi vida con paciencia. Con aceptación. Con serenidad. Con calma. Con compasión.
Y con la certeza de que, solo por hoy, miro al pasado como cuando conduzco, mirando al parabrisas, en dirección hacia un futuro que no es sino un eterno presente. Y en mi conducción, de vez en cuando, si me permiten la metáfora, miro a los retrovisores, como quien mira al pasado, solo a fin de no volver a tropezar ni de provocar un accidente.
¿Se imaginan conducir mirando solo a los retrovisores?
Pues justo así, conduzco ahora mis días. Mirando al presente, con distancia y dirigiendo mi vista solo a los retrovisores para evitar cualquier contratiempo.
Como espectadora imparcial y amante del buen cine, a veces, me permito contemplar el funcionamiento de mi mente.
Me permito observar el flujo de pensamientos, emociones, sentimientos y las muchas voces que aspiran a apoderarse de esta libertad consciente mía para elegir con y desde la responsabilidad. O lo que es lo mismo, aprecio que pensamientos, emociones y sentimientos son solo eso: fenómenos y fluctuaciones mentales que puedo oír como quien oye llover.
Por poner algún ejemplo, cuando oigo la lluvia (y ojalá la oyera más), no creo ser ninguna fina gota de agua hidratando la tierra.
Cuando voy al cine o me permito volver a deleitarme con “Memorias de África”, sé que no estoy en Kenia y que no soy Meryl Streep; porque comprendo que el cine es solo la ilusión del movimiento a partir de la sucesión de fotogramas a gran velocidad.
Cuando escucho la radio, voluntariamente sintonizo con una frecuencia que no soy yo ni es mi esencia.
Sin embargo, cuando, en “piloto automático”, dejo de presenciar mis fenómenos mentales precisamente como fenómenos mentales y me dejo arrastrar y gobernar por los dictados de mi cabeza, literalmente, vuelvo a perderme.
Vuelvo a desconectar de mi centro. Y, otra vez, renuncio a la oportunidad de abrirme a la experiencia de la vida. Vuelvo, si me lo permiten, a contarme la vida.
Y, ¿saben?
La vida va de vivirla y sentirla más y de contársela menos.
Pero para darme cuenta de todo esto que, desde el silencio, trato de trasmitirles de forma muy sencilla, tuve que parar y tomar conciencia. O más bien, tengo que parar y tomar conciencia. Tengo que desplegar la plena atención. Tengo que encarnar las experiencias. Tengo que anclarme en la respiración. Saludar a mis pensamientos, a mis miedos, a mis resentimientos… Darles las gracias. E invitarlos a salir por donde vinieron, con un amable y contundente “adiós”.
Porque, como me han leído en otras ocasiones, entre la locura y la lo-cura media solo el pequeño y decisivo guion que solo con y desde la conciencia escribo cada instante, gracias -también- a esta puerta amable que un día tuve el privilegio de abrir con el programa MBAR.
Raquel Paiz
Desde el silencio