Desde el silencio
Amor (mayúsculo)- Con Raquel Paiz

 Llevo un tiempo interesándome por el Amor (mayúsculo). Adentrándome en los textos y definiciones de maestros y maestras de todos los tiempos y ámbitos de pensamiento. Intentando averiguar cómo cultivar(me) y nutrir(me) de Amor. De esa suerte de Amor inegoísta, que no depende de nada ni nadie. Que no está condicionado a necesidad ni dependencia alguna, ni al placer, ni a los vínculos, ni a nada que venga de ahí fuera. El Amor del que les hablo es genuino, luminoso, cálido, nuclear…

 

Debía de ser el año 2019, el 28 de diciembre… cuando, por primera vez en mi vida, creo haber experimentado ese Amor que describen maestros y maestras como Thích Nhất Hạnh, San Juan De la Cruz o Virginia Blanes

Permítanme que comparta con ustedes una intimidad.

Convencida de que me disponía a conocer al “amor de mi vida”, viajé a Barcelona. Aquel 28 de diciembre de 2019 era sábado. A solo unas pocas horas de emprender mi improvisado viaje, supe que el encuentro previsto no se produciría.

Como en el célebre título de Susanna Tamaro «Va dove ti porta il cuore», algo dentro de mí, sin embargo, me movió a seguir los dictados del corazón y a viajar a la ciudad Condal con la intuitiva certeza de que me disponía a “conocer al amor de mi vida”.

Aquel sábado 28 de diciembre, Barcelona lucía más clara y luminosa que nunca. Al menos, a mí, me lo parecía. Paseando por las Ramblas, tenía la sensación de que, a mi paso, la gente (me) sonreía. Yo sonreía…

Con aquella sonrisa en el rostro de Barcelona y de sus gentes, mis pasos -sin apenas darme cuenta ni mediar intención- tornaban más y más livianos. Como si caminara con una mochila más ligera. Más vacía, si me lo permiten. Con un paso cada vez más y más jovial, aminoré mi caminar hasta llegar a la Plaza de Colón, donde me permití sentarme a disfrutar de un templado sol de diciembre. Luminoso y claro, sí. Pero no abrasador… Un alto en el camino, solo a fin de  disfrutar de un baño de luz capaz de atemperar un corazón en pañales.

 

En la presencia

Por extraño que parezca, y a varios cientos de kilómetros de mi casa, que no mi hogar aún, no sentía soledad ni extrañeza alguna. Con una sonrisa interior, dibujada sutilmente en mi rostro, me detuve a observar, una a una, a la multitud de personas que aquel día, como yo, disfrutaban de un luminoso sábado. Quizá sea cosa mía, pero, en mi recuerdo, aquellas personas también lucían amplias y luminosas sonrisas.

 

Yo que, hasta entonces, había vivido con la sensación de una profunda y vasta soledad… atrapada en las noches oscuras del alma y distraída en la maraña de pensamientos…, catastrofistas, victimistas, pesimistas y un tanto “enloquecedores”, paradójicamente, no (me) sentía ni remotamente sola. Sorprendida por cuanto veía, escuchaba (y sentía), pude notar la casi imperceptible caricia de unas lágrimas, descendiendo a través de mi rostro. Creo que aquellas lágrimas profundas, honestas, sinceras… brotaron de un recóndito y desconocido lugar en mi corazón. Lloraba. Lloraba como una niña… y como una adulta…

Con la fuerza de aquellas lágrimas, pude apreciar el sentido de mis días. Sorprendentemente,  en aquel estado de presencia, dejando de mirar solo “hacia mi ombligo”, topé con la vida. Con el milagro de la vida.

Topé con esa suerte de Amor que, siquiera por un instante, me permitió vislumbrar la verdadera esencia del sentimiento más noble y generoso que existe: el Amor (mayúsculo).

Aquel 28 de diciembre del año 2019, supe que el Amor de mi vida me había acompañado desde el momento mismo de mi engendramiento. Tan cercano como las pestañas… que no se dejan ver. Acababa de (re)conocer a la persona con quien seguro me levantaré y me acostaré hasta el último de mis días. A la persona que, incluso, en mis largas ausencias y letargo, me había acompañado. La persona con la que recordaba haberme emocionado, reído, sonrojado alguna vez. La persona con la que (con)viviré incondicionalmente.

Aunque siempre, siempre estuvo ahí… Ahora, (me) aceleraba el pulso; (me) hacía palpitar al son de una vida con la que acababa de encontrarme y que, en ese preci(o)so instante me parecía un espectáculo.

De aquellas lágrimas, fluyó el Amor mayúsculo, el amor de mi vida y que soy yo misma…

Sutilmente, algo se quebró en aquel momento… Sí. Se quebró, por un instante, la creencia de que el amor viene de fuera. La creencia de que mi concepto, mi estima y mi valía dependen solo del reconocimiento y el cariño de otras personas. La creencia de que ahí afuera (me) espera mi “media naranja” o el amor de vida.

Supe que del mismo modo en que jamás dañaría a un bebé, no quería seguir lesionando y dañando al Amor de mi vida. Por favor, no me malinterpreten, pero supe también que el enamoramiento, que es naturalmente una emoción hermosa y vibrante, es también un estado de “enajenación mental transitoria».

Supe que, llegado el caso, como sucedió más tarde, mi mejor opción -como ser completo y Amor en esencia que ya soy-, sería darme al amor (en amor darse). Que pudiendo parecer lo mismo, no es igual que “enamorarse”.

El Amor (mayúsculo) es mi mimbre. Es un estado de presencia y de conciencia.

Y las semillas que día a día decido cultivar en mi jardín. El amor que ofrezco a quienes me rodean y a quien, hoy, me acompaña en este viaje que es la vida, es un amor maduro que solo del Amor puede brotar.

El amor es una elección del Amor.

Es el cultivo de palabras y acciones amables y la renuncia a ese potencial iracundo que, naturalmente, también forjé un día. El Amor que cultivo es la renuncia a la soberbia y a la arrogancia, que no a la aceptación. Es la profunda comprensión de que cada quien, como yo, también anhela la felicidad y sus causas. Y que, como yo, sufre…

El Amor del que les hablo es una estado de “gracia”. Es un estado de conciencia y presencia que trato de cultivar día a día. Es lo más profundo y genuino que habita en el corazón. Porque el Amor del que les hablo es el corazón mismo.

 

 

Raquel Paiz

Desde el silencio

Raquel Paiz

Periodista. Comunicadora. Autora le libro "Conversaciones en la azotea" en la colección Ites de Olé Libros en 2022.

2 respuestas a “Amor (mayúsculo)”

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