Hola.

Me llamo Raquel y soy adicta al pasado. Y un tanto afecta al futuro. Me declaro “enganchada” a ese halo nostálgico que se deja (entre)ver en el recuerdo de un tiempo que creí vivido. Afecta -también- a ese futuro que, como el denostado -y anhelado- amor romántico me produce cierto cosquilleo en el estómago…

 

Qué cosas.

Adicta al pasado (y otro tanto al futuro). Adicta a los dos únicos momentos que, seguro, no existen. Ayer ya pasó. Mañana aún no ha llegado. Y heme aquí, erre que erre, ajena al único momento que es hoy, que me brinda la vida cada amanecer y que, tal cual, llamamos “presente”. Porque la vida es un regalo que no está al alcance de todo el mundo.

Adicta al pasado (y otro tanto al futuro), me paso los días huyendo. Evadiéndome de mí. Y librando las mil y una batallas que acontecen entre mis oídos. Las que libré ayer. Y las que libraré mañana. Mientras la vida, conmigo o sin mí, sigue pasando ahí afuera, en un espectáculo que es hoy. Solo hoy. En el eterno presente.

A veces, en algún momento de lucidez (maravillosa palabra que, como “luz”, encuentra sus raíces en el latín lux, lucis), me doy cuenta de que, como escuché decir por ahí, “el mañana en el que pensaba ayer es precisamente hoy. Solo hoy”.

Y vislumbro entonces el milagro de estar y sentirme viva. La magia de habitarme en cuerpo y alma, en el único momento que existe. Y que este. Aquí y ahora.

Qué grandiosa es la vida cuando la sientes. Cuando dejas que te atraviese. Con sus rosas y sus espinas. Que te atraviese… Cuando te dejas vivir y sentir en su infinito y generoso espectáculo.

Qué hallazgo el valor del “presente” como regalo. Y la vital importancia de aterrizar al “hoy”, como la única dimensión espacio-temporal sobre la que conscientemente puedo hacer algo tan sencillo como parar y tomar un respiro.

¿Saben?

Para quien suscribe estas líneas, tomar un respiro, tomar conciencia de cómo de agitada está mi mente, del rumbo -o la deriva- que tomaron mis pensamientos, de la fuerza de mis emociones y del relato que me cuento, no es una cuestión menor. Esa parada consciente en una encrucijada, resulta cuestión de vida o muerte. Y no crean que exagero con mis palabras.

Parar, respirar y elegir es vital para alguien como yo, adicta al pasado (y otro tanto al futuro).

Decía Ignacio de Loyola, “en tiempo de desolación, (mejor) no hacer mudanza”. En tiempos de desolación -curiosa paradoja-, mejor tomar un respiro. Desacelerar el ritmo frenético de mis posibles decisiones y volver al único momento que existe. Y aceptar la realidad presente tal cual es. Respirar. Respirar. Respirar. Y dejar que el momento de agitación, que suele ser también de desolación -o exaltación- pase… Porque nada es eterno en la vida. Ni lo agradable ni lo agradable. Ni los sueños. Ni las pesadillas. Ni los pensamientos. Ni las emociones… Y otra vez, la paradoja.

Tomar un tiempo en la deriva de mi mente para volver al cuerpo y a la respiración para observar, con cierta distancia y desidentificación, que no soy mis pensamientos. Que no soy mi emoción -por emocionante que parezca-. Y otra vez la paradoja. Parar, en un intento de detener el tiempo, para volver a casa. Para habitarme. Para anclarme como el náufrago que se “ancla” a un salvavidas.

Parar. Respirar. Elegir… Unos minutos son suficientes para que una persona como yo, adicta al pasado (y otro tanto al futuro) vuelva serenamente a casa.

Raquel Paiz

Periodista. Comunicadora. Autora le libro "Conversaciones en la azotea" en la colección Ites de Olé Libros en 2022.

2 respuestas a “Adicta al pasado”

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