Siento vértigo con frecuencia. Lo confieso. Y es que, a veces, en la vida, como escribí en alguno de mis poemas, me siento como a punto de precipitarme al abismo… al borde del precipicio, sin saber si habrá red. Quizá, para alguien como yo, esa sea una forma de poner palabras a lo insaciable y voraz. A ese algo intangible y sutil que -paradójicamente- carente de forma y tiempo, parece querer ocupar y devorar todo el tiempo y todo el espacio. No sé si será lo más parecido a eso que temerosamente me atrevo a llamar “vacío”.
En mi último post, “Vacuidad existencial”, me dejaba sentir en la duda y en la reflexión. A caballo entre la osadía, el descaro y otro tanto en la (in)consciencia, lanzaba mis dudas como quien lanza una moneda -otra vez- al vacío. Disertaba sobre la vacuidad -en un vacuo empeño de aprehender lo inaprehensible- y la sugerente confusión entre vacuidad y vacío.
A propósito de mi post, el maestro Carles Ruiz-Feltrer me brindaba algunas “perlas de sabiduría” que, sin su permiso, comparto. “Vacuidad -escribía- es un concepto complejo que no tiene nada que ver con la nada. De hecho, en la tradición budista, como realidad última, la vacuidad no tiene que ver ni con el ser (eternalismo) ni con la nada (nihilismo). Va más allá de la dualidad. Es gracias a la vacuidad que cualquier cosa puede «aparecer».
Esta sensación de precipicio de la que les hablo, nada tiene que ver con la vacuidad. Sino con un profundo vacío. Esa sensación insaciable y voraz de no saber qué pintamos en esta existencia nuestra. De no entender a qué hemos venido al mundo. Y con la necesidad de buscar respuestas a nuestros muchos existencialismos.
Creo que esa sensación de vacío o de vacío existencial o de duda… o como quieran llamarlo, se expresa en un dolorosísimo “sentirse” incompleto. Y es la que, en según qué casos, nos predispone y acerca a esa primera copa para saciar la sed de respuestas… a ese primer cigarro para asfixiar la duda… a ese primer porro para evadirnos del dolor de la búsqueda infructuosa… a ese primer consumo de drogas que (se) crece en el vacío… a saciar nuestras emocionales y voraces hambres con la ingesta compulsiva de comida… a la obsesión por la imagen, a buscar a nuestra “media naranja” y a arrojarnos a los brazos y a la intimidad de alguien que (nos) colme (en) esa sensación primigenia de vacío.
Y ese es el vacío que nos condena a la adicción, a la compulsión, a la dependencia…
Miren. Todas las personas somos buscadoras. Todas las personas anhelamos respuestas. Todas las personas anhelamos ese espacio seguro, pleno y sagrado que, en mi caso, llamo “serenidad”.
Pero, ¿saben?
Desgraciadamente, en muchos casos, cuando la adicción, la compulsión y/o la dependencia se ha nutrido, cebado, colonizado y expandido desde las entrañas y desde el más profundo vacío, se asemeja al modo en que “La Nada”, en la “Historia Interminable” de Michael Ende, devoraba y condenaba a la más irrelevante inexistencia a los seres de “Fantasía”.
Y cuando “La Nada”, como el vacío, nos ocupan -sí, otra vez, la paradoja-, la vida deja de tener sentido. ¿O quizá sea que el vacío llega porque no encontramos sentido ni propósito a nuestros días en la vida?
Y lo que, por un momento, ya sea alcohol, sexo, porno, droga, compras, juego, relaciones… consigue ayudarnos a evadirnos de esa honda y vasta sensación de vacío existencial, nos esclaviza. Y nos roba la libertad para elegir. Y turba nuestras mentes. Y enturbia nuestra existencia. Y las tinieblas parecen apoderarse de nuestros días, vívidos y sentidos siempre oscuros y tenebrosos como las oscuras noches del alma.
Y el hambre voraz quiere más y más. Y más exige de nosotros que, ante la sustancia, conducta y/o dependencia, tornamos, cada vez más irrelevantes. Y es “La Nada” la que impregna nuestro sentir. Y nos sitúa cada vez más cerca del afilado borde del precipicio donde todo parece estar colmado de esa vacua (in)existencia…
Ay, la vida… Ay, la mente… Ay… esa profunda y vívida sensación de vacío que nada ni nadie puede colmar… Ay, qué desgarradora sensación de desfallecimiento en esta descarnizada e infructuosa lucha…
Un alto en el camino
Si usted que me lee se ha ahogado con mis palabras… tome, por favor, un instante para parar y respirar. Para observar sus pensamientos. Sus emociones. Sus sentimientos. Para darse cuenta de que no es sus pensamientos. No es sus emociones. No es sus sentimientos. No es su vacío. No es su hambre. No es su compulsión. No es su dependencia. No es su adicción. Es, permítame otra osadía, una persona que busca legítimamente la serenidad, la paz y el sentido a sus días… Es solo que está buscando en el lugar equivocado…
Por eso, le invito a explorarse, siquiera un instante, en este salto… al vacío… y a imaginarse en una existencia libre de la sustancia o la conducta que añaden inimaginables cantidades de dolor a su sufrimiento.
Permítase dudar sobre la veracidad de todo eso que sucede en el limitado mundo que tiene lugar entre sus dos oídos. Permítase, ahora sí, preguntarse si está buscando respuestas en el lugar apropiado. Permítase desafiar a su energía de hábito, a su automatismo y adentrarse -ahora sí- en ese lugar sagrado, íntimo, profundo, inmaculado… que Nada ni nadie pudo ensombrecer. Yo lo llamo “esencia”.
Quizá sienta vértigo ante mi propuesta de parar, hacer un alto en el camino, respirar y tomar conciencia del punto en el que está. Pero… ¿y qué? ¿No tenemos ya cierta costumbre de situarnos al borde del precipicio?
Raquel Paiz
Desde el silencio