No. No se confundan. La mayor parte del tiempo no vivimos. Interpretamos la vida contándonos un sinfín de historias. Y pudiendo parecer lo mismo, es completamente lo otro. Hablaba hace poco con una de las participantes del programa MBAR, para el apoyo a la recuperación de adicciones con Mindfulness, que facilitaré durante las próximas semanas, sobre la diferencia entre vivir y pensar la vida. Entre sentir e interpretar cada segundo de la existencia.
Quizá les parezca una obviedad. A mí, les aseguro que no. Acabo de darme cuenta de que no es lo mismo vivir que pensar que estoy viviendo. No es lo mismo sentir que interpretar cada segundo de mi existencia. No es lo mismo pensar la vida que experimentar la vida. Y aunque parezca lo mismo, pensarme y vivirme no tienen nada que ver.
¿Alguna vez se han quedado sin palabras ante la belleza de una puesta de sol, por ejemplo? ¿Han sentido vértigo bajo los pies del “David” de Miguel Ángel? ¿Se han quedado mud@s escuchando -que no oyendo- “El Mesías” de Handel o la “Pequeña Serenata Nocturna” de Mozart?
Permítanme ser honesta y que les diga que yo, sí, pero no… Que pensaba que sí, quiero decir. Pero que no. Francamente no. Llevo toda una vida, pensando en la belleza. Pensando en lo que ha de deparar una mirada que se pierde contemplando el horizonte. Buscando el significado de la poesía. Y oyendo -que no escuchando- infinitas melodías, buscando el sentir perfecto. Perdida en la maraña de pensamientos que restan credibilidad y autenticidad al espectáculo de la vida.
Como lo están leyendo. Llevo una vida pensando en la forma de sentir y vivirme en la más pura perfección. Como si hubiera una forma perfecta de sentir(me), vivir(me) y experimentar(me) en la vida.
Décadas de existencia dando credibilidad al incesante murmullo de mi cabeza. Limitando la existencia y el universo, al reducido espacio que habita entre mis oídos. Creyendo, a pies juntillas, el relato de mis pensamientos. Identificándome con lo que, de mis emociones, me cuenta mi bulliciosa mente. Interpretando el sentido mismo de la belleza…
Pensamiento a pensamiento, he construido mis días.
Si he interpretado que debía sentir, lo he hecho, bajo el dictado de un constructo mental tan efímero e impermanente como casi todo lo que empieza y acaba en un final que parece ya escrito. Tan inestable y tan a punto de desmoronarse como buen castillo de naipes.
(Me) he contado el relato de mis días. Y me he construido y deconstruido a golpe de razón(es) que han dotado de sentido mi propio relato vital. Si en el animado diálogo de mi “azotea”, me he cargado de argumentos para pensar que un día merece -o no- la pena, me (lo) he creído. Como me he creído esa cháchara y parloteo mental que se ha encargado de hablarme de lo mucho -o de lo poco- que se espera de mí en la vida. De cómo mis días serán mejores cuando tenga un cuerpo 10, una casa de última generación y una pareja a mi imagen y semejanza.
Hoy, sin embargo, me he parado a respirar y me he armado de valor(es) para plantar cara a mi “razón”. Me he mirado en el espejo, he tratado de admirar mi esencia, me he desprovisto de argumentos y, en silencio y desde el silencio, me he permitido ser. Y sentir.
Me he dado cuenta de que, hasta ahora, mis pensamientos han relegado la vida a un segundo plano. Y de que, paradójicamente, llevo toda una vida, emplazándome a vivir más tarde, cuando se den las condiciones pretendidamente perfectas.
Me he pasado una vida, hablándome, justificándome y conmiserándome porque, mientras atendía a los huéspedes de mi mente, me olvidé de mí. Olvidé vivir y olvidé sentir.
Menos mal que, como escribo en el poema “Hoy” de mis “Conversaciones en la azotea” (Olé Libros, 2022), he recordado que “Como quiera que sea, la vida es. / Y es hoy. / Ni mañana ni ayer. / Hoy. / Ahora. /Es, la vida, ese algo que, al otro lado del miedo, acontece. / Como queriéndose sentir.”
Raquel Paiz
Desde el silencio