No hay mayor desafío para quienes escribimos -dicen- que enfrentarnos a un folio en blanco. Cuando escribo este post, en el mundo, se celebra el Día Internacional de la Poesía. Andaba buscando la inspiración cuando me he percatado de todos los significados de una palabra tan hermosa, única, íntima y sagrada como es esa “inspiración”, que nos arma de vida, de belleza y de valor para sentir. Desde el silencio, apreciar la inspiración como hálito y como fuente de creación es un verdadero hallazgo.

Tomar consciencia de la grandeza de la respiración, hoy, me ha devuelto a este “presente”, que es siempre un regalo. Abrir los ojos cada día es, como un folio en blanco, una oportunidad para volver a creer. Y para volver a crear.

Vivir, como la poesía, es inspirar. Es inspiración. Es inspirar(se). E inspirar. Es dejarse tocar por la belleza que habita en lo cotidiano. En algo tan milagroso como armarse de vida al inspirar para dejar marchar en cada exhalación lo que, de la vida, hemos tomado.

Vivir, como Poesía o como Madre, para quien suscribe estas líneas es palabra mayor. Es (re)conocerse y (re)conciliarse con lo que hay. Con lo que es. Con lo que encontramos a cada paso. Es -créanme- un milagro que suele pasarnos desapercibido.

Olvidamos que, a la vida, llegamos con fecha de caducidad. Con obsolescencia. Y, a veces, lejos de apreciar el espectáculo de cada nuevo día, nos afanamos en construir una realidad tan ajena y distante… que nos dejamos seducir por la narrativa y las historias que nos contamos. Sí. Usted que me lee y esta humilde aprendiz de plumilla.

Nos dejamos seducir por las (malas) artes de ese bucle de pensamientos incesantes que nos cuentan el relato de nuestros días. Si será grande y creíble el relato que nos contamos, que no podemos dejar de identificarnos con el personaje. O con los múltiples personajes que sacamos a escena.

De mi admirada y querida profesora de yoga, Carmen Viejo -Ahimsa– y de diferentes propuestas de formaciones para la “Reducción de estrés con Mindfulness” y talleres de gestión emocional, aprendí que lo contrario de pensar, no es “no pensar”. Es sentir. Como se siente el dolor -propio y ajeno. El amor. El miedo. El frío. El calor. Como se siente la buena música. Y la poesía. Como se siente un escalofrío o el vuelco del corazón ante la contemplación de la belleza.

Sentir(se) más. Y pensar(se) menos. Es la clave de la amable presencia.

De eso, justo, va la inspiración para vivir con libertad nuestros días. De encontrar(nos) en el milagro de esta vida, tan inconscientemente denostada por nuestros pensamientos… A veces, creo estar perdiéndome la oportunidad de vivir cada nuevo instante. De abrir los ojos, con mi mirada de aprendiz, como si cada momento fuera el último (y el primero).

Admiramos la grandeza de la vida, cuando nos apremian la enfermedad, la vejez y la muerte (propias o ajenas). Cuando vemos “las orejas al lobo”, que diría mi madre, “la” Mari. En tiempo de descuento, incluso.

Es paradójico querer empezar a vivir, cuando nos enfrentamos al inminente desafío de la despedida. ¿Acaso no venimos al mundo con fecha de caducidad? ¿Acaso no sabemos que un día perderemos nuestra fuente de inspiración?

No crean que este es un escrito derrotista con visión pesimista. Es un llamamiento para que salga ahí afuera o miren ahí adentro con mirada renovada. Que se dejen acariciar por el hálito de la respiración. Que se dejen acariciar por esa vida que sucede cuando (se) bajan de sus animadas mentes. Salgan ahí, busquen agua y (ad)mírense en su esencia. En la imagen serena que les devuelve el agua, que es fuente de vida y fuente de inspiración, cuando han detenido el incesante y agitado movimiento de sus cabezas.

Salgan ahí. Aprecien el milagro de la vida. Y déjense alcanzar por este preci(o)so instante. Sientan la inspiración. Y dejen que la vida les encuentre viviendo.

Raquel Paiz

Desde el silencio