Cuando escribo este post, son las 19.00 horas de un día cualquiera, en una estación de tren cualquiera. Cuando abrí los ojos esta mañana, a varios centenares de kilómetros de este lugar, eran las 5.00 horas de la madrugada. El sonido de mi teclado se pierde ahora en mitad de la sala de espera de una estación tan bulliciosa como ruidosa. Tan impersonal como las calles de cualquier ciudad en la que pudiendo estar (bien), no siempre lo estuve. He decidido parar, tomar un respiro y hacer lo que nadie puede hacer por mí: salir a mi (re)encuentro.
Créanme. Justo ahora, por mi “azotea”, como llamo a este refugio (no siempre) sereno de mi mente, pasean todo tipo de huéspedes. Fantasmas que visten de miedos. Miedos que rugen en mitad de la multitud. Pensamientos que parecen hechos. Y el intenso recuerdo de una vieja y trasnochada avidez…
He decidido parar y tomar un respiro. Y salir a mi encuentro. En este viaje de amable aceptación, no voy sola. Me acompaña la voz de César Forcadell, que se abre paso por mis oídos, directa al corazón. Tampoco el eco de su voz viaja solo. Con la velocidad de la luz (y nunca mejor dicho) aprecio el sonriente y amable rostro de Montse, de Carles, de Iñaki, de Noelia, de Mari, de Tamara, de Sonia, de Cristian, de Bruno, de Sara…
Ellos y ellas, compañeros y compañeras del viaje hacia la libertad que emprendimos en nuestra formación como instructores del programa MBAR, para la Recuperación de Adicciones con Mindfulness, se dejan ver también en esta “azotea” mía para recordarme que, en esta batalla que he decido no librar, no estoy sola. En mi corazón, adquieren una cálida y reconfortante presencia.
Algo ha detonado en mí, una profunda incomodidad. El ruido, la densidad de olores, la saturación sensorial, la gente, la espera, la megafonía… todo “avala” mi desagradable experiencia sensorial.
Pero hoy no es ayer. Hoy soy responsable de (re)encontrarme aquí y ahora. He decidido mirar, sostener, abrazar, atender y aceptar este “sentir”. Quién me lo iba a decir hace apenas unos pocos años… Que un día cualquiera, en la estación de tren de una ciudad cualquiera, alguien como yo iba a hacer un parada consciente, para sentir con atención y conciencia plenas, su mucha incomodidad.
Siento un profundo cansancio que ha activado mi miedo. Lo siento en mis piernas pesadas. En mis brazos caídos. En mis puños cerrados. En mi mandíbula apretada. En una ligera sensación de vacío y aturdimiento. En la contracción de mi barriga y en ese cosquilleo en la tripa que, de verdad, (me) toca las vísceras y agita mis emociones. Y en ese latir acelerado de este corazón que, cuando me doy cuenta, aprecio que generosamente, un día, tras otro, gana el pulso a la vida. En atención a mi corazón, por cierto, toda mi gratitud.
Llevo tiempo entrenando a mi mente para que deje de tomarse tan en serio. Para recordar(me) una y otra vez, anclada a mi respiración, que, en esta vida, hay únicamente dos momentos que, por mucho que me empeñe, no existen. Ayer ya pasó. Mañana, que aún no ha llegado. Adiestrándola para tratar de construir nuevas y alternativas vías para responder y para decidir, al fin, que en este “presente”, no hay lugar para dejarme seducir por este relato mío. Tan convincente… Tan persistente… Tan ruidoso… Tan sutil… Tan astuto… Tan gritón… Tan locuaz… Relato, el mío, en busca siempre de su papel y de un inusitado protagonismo para continuar dictando el final de mis días.
Y ahí andaba, perdida en una maraña de pensamientos, cuando conscientemente, en mitad de mi ruido, he decidido parar y expandir el íntimo espacio de silencio para surfear esta ola que, pudiendo revolcarme, hoy, me ha removido.
De mis maestros y maestras, he aprendido que solo yo puedo parar, salir a mi (re)encuentro y sentarme, con paciencia, a observar con distancia -como observo la pantalla que anuncia el horario de llegadas y salidas- el desfile de pensamientos, emociones y sensaciones que, como estos trenes que vienen y van, desfilan por mi “azotea”, en un movimiento incesante y continuo que secuestra mi conciencia.
A veces, situaciones como esta, despiertan algo en mí que detona mis muchas ganas de escapar, de evadirme y de huir de esta azorada situación. Y que, en un descuido, quién sabe si no me llevarían a “descarrilar”.
Me reconozco adicta a mi pasado y a mi propio relato. Tanto… tanto me seduce que, desde este pequeño gran atisbo de lucidez, he decido hacer una pausa, desconectar el piloto automático y tomar las riendas para (re)conducir mi vida.
Desde aquí, desde esta parada de silencio, escribo el pequeño “guion” que transforma la locura en lo-cura.
¿Saben?
Tomar una pausa cura. Respirar cura. Atender las necesidades de mi corazón cura. Tomar conciencia para sostener mi incomodidad cura… Hoy sé que quiero seguir escribiendo el guion de mis días. Escribirlo desde el silencio que, desde la conciencia del corazón, resuena en mí, a pesar de la multitud, del ruido y de esa megafonía que anuncia que, de no hacerlo, este podría ser mi último tren.
Raquel Paiz
Desde el silencio